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La triquiñuela de Galliani
La historia del Milan está repleta, en su mayoría, por días de gloria. Noches en las que el conjunto rossonero hizo historia y levantó un sinfín de títulos. Sin embargo, también ha tenido, aunque menos, noches negras que confirman que los grandes también pueden vivir pesadillas. Una de ellas fue el 20 de marzo de 1991 y el gran causante de la misma tiene nombre y apellido: Adriano Galliani.
En aquella época el Milan era el equipo más potente del Viejo Continente. Las dos Copas de Europa que había logrado ganar de manera consecutiva en 1989 y 1990, algo que aún no se ha vuelto a repetir, así lo atestiguaban. Sin embargo, su reinado comenzó a tambalearse en 1991, cuando un 1-1 en San Siro en la ida de los cuartos de final de la máxima competición continental contra el Olympique de Marsella les hizo temer que por primera vez en tres años con que podían volver a pisar la lona de la eliminación.
Un miedo que se convirtió en realidad cuando el conjunto francés logró adelantarse en el marcador en el partido de vuelta. Pasaron los minutos y el Milan no lograba marcar un gol que, al menos, forzara la prórroga. Entonces, en el minuto 87, se fue la luz de parte del estadio y el partido se tuvo que parar. Con los dos equipos en los vestuarios esperando a que se arreglara el problema, la cabeza de Adriano Galliani, administrador general de los rossoneri, empezó a maquinar la táctica que iba a solucionar el mal juego ofrecido en el campo e iba a evitar la tan temida eliminación a los italianos.
Cuando el problema de la luz se había solucionado, no en su totalidad pero si lo suficiente como para jugarse los tres minutos que aún le quedaban al encuentro, el árbitro del partido, Bo Karlsson, pidió a los dos equipos que volvieran a saltar al terreno de juego. El Olympique de Marsella lo hizo, pero el Milan se negó. La razón que aludían era que querían jugar porque no se les garantizaba una total seguridad. Sin embargo, todo no era una más que una estratagema ideada por Galliani, quien confiaba en denunciar al equipo francés ante la UEFA y que ésta diera el partido por ganado al Milan.
Así pues, y ante la incomparecencia de los transalpinos, dio por finalizado el encuentro con el resultado de 1-0 para los locales, a la espera de lo que dijera la UEFA sobre el tema. Conforme fueron pasando los días, el Milan comenzó a convencerse que lo hecho en Francia no era la mejor decisión que se podía haber tomado. Por ello, desistieron de sus argumentos por intentar ganar el partido en los despachos y optaron por felicitar públicamente al Olympique por su pase a las semifinales con el fin de evitar alguna sanción.
La UEFA no tragó y no le tembló el pulso en su castigo: el Milan iba a estar un año sin poder jugar en Europa y Galliani iba a ser inhabilitado de sus funciones hasta el 31 de julio de 1993. Pese al duro castigo, los italianos podían alegrarse con la sentencia, pues en un principio también se les había pasado por la cabeza aplicar la misma sanción que a Galliani a Arrigo Sacchi y a Franco Baresi, entrenador y capitán del conjunto lombardo, respectivamente.
“Me he comportado como un ‘tifosi’ en vez de ejercer de delegado del equipo, con la cabeza fría, como correspondía a mi cargo”, señaló Galliani al conocer la noticia. El Milan apeló la sanción, pero la UEFA se mantuvo firme en sus palabras. Sin embargo, ya dice el refrán que no hay mal que por bien no venga, ya que la dura sentencia sirivió al Milan para renovarse y cuando volvieron a jugar la Copa de Europa en 1993, entonces ya Liga de Campeones, accedieron a la final y en 1994 volvieron a proclamarse campeones.
Conny Torstensson, las dos caras de la moneda
Dicen las malas lenguas que si no puedes con tu enemigo lo mejor que puedes hacer es unirte a él. En ocasiones la única manera de poder disfrutar de la gloria, es caer en gracia a tú verdugo y aprovechar tú oportunidad. De ello puede dar buena fe el sueco Conny Torstensson, el único futbolista que ha sido capaz de vivir en una misma temporada en la Copa de Europa las dos caras de la moneda: la decepción por la eliminación y la alegría por el triunfo final.
Para hablar de esta historia nos tenemos que trasladar a 1973. En el verano de aquel año Europa estaba un poco en estado shock porque Johan Cruyff, el jugador más desequilibrante de la época, había decidido dejar el Ajax para fichar por el Barcelona de Rinus Michels. La decisión sorprendió mucho, pues el Barça no era ni de lejos lo que es ahora y el Ajax era el equipo más potente del viejo continente. Tanto que había ganado las tres últimas copas de Europa y hay quien pensaba que estaba capacitado para igualar el récord de cinco del Real Madrid de Di Stéfano.
Sin embargo, la escuadra de Amsterdam no asimiló bien la marcha de su gran estrella y, sorprendentemente, hincó la rodilla en la primera ronda de la Copa de Europa tras caer con el CSKA de Sofía búlgaro. Entonces se abrió el abanico de candidatos para optar a ser el nuevo rey del continente. Uno de ellos era el Bayern de Munich. Aunque los alemanes estuvieron también a un paso de decir adiós a la máxima competición continental a las primeras de cambio por culpa del Åtvidabergs sueco.
El conjunto escandinavo cayó contra los muniqueses en la ida por 3-1, pero en la vuelta, gracias en parte a dos goles de Conny Torstensson, que ya había marcado en Alemania, rozaron la heroica: igualaron el 3-1 y llevaron la eliminatoria a los penalties. Sin embargo, ahí se acabó su suerte, pues desde los once metros a quien sonrió la fortuna fue a los alemanes. Los jugadores suecos, especialmente Torstensson, estaban desolados. Sabían que pocas veces iban a tener una oportunidad como ésa para pasear su nombre por la Copa de Europa.
Sin embargo, los goles de Conny no pasaron desapercibidos para el Bayern, que anduvo rápido en hacer una astronómica oferta de 290.000 euros al Åtvidabergs por el nueve que les había hecho tres goles. Las negociaciones llegaron a buen puerto y al poco tiempo Torstensson ya era la pareja de baile de Muller en el conjunto teutón. Tanto que a los pocos meses el sueco fue titular en la final de la Copa de Europa que el Bayern jugó contra el Atlético de Madrid. Finalmente, el día el que los colchoneros comenzaron a escribir su leyenda como ‘pupas’ Torstensson se agarró fuerte a la orejona. Meses atrás había llorado por caer eliminado de la competición y ahora saboreaba la gloria con el que había sido su verdugo. En un año había vivido las dos caras de la moneda, algo que según las reglas actuales ya nadie va a poder repetir jamás.
Hanot, el creador de sueños
A la hora de hablar de gente que ha marcado la historia del fútbol es inevitable que muchos digan los nombres de Pelé, Maradona o Di Stéfano, por poner unos ejemplos. Sin embargo, pocas veces sale a relucir Gabriel Hanot, al que debemos el Balón de Oro y la Copa de Europa.
En su juventud, Hanot, fue futbolista que jugó en equipos ahora poco conocidos como el Tourcoing, el Preussen Munster o el AS Francillienne. Así fue hasta que un accidente le apartó de los terrenos de juego provocando que cambiara el balón por la pluma y un papel, ya que se convirtió en periodista.
Aunque durante un tiempo estuvo compaginando su labor como plumilla con la de seleccionador de Francia. Situación harto complicada, puesto que era el mismo el que tenía que analizar, y en ocasiones criticar, en los medios su propia gestión del equipo galo. Conjugó la situación hasta que le fue imposible hacerlo. Esto sucedió después de un partido que Francia perdió en España dejando una malísima impresión.
Hanot, tras el encuentro, escribió en L’Equipe, periódico en el que trabajaba, un editorial, que no firmó, en el que criticó con dureza la actuación de sus jugadores. La cosa no quedó ahí, ya que, al día siguiente, Gabriel escribió un nuevo editorial, que tampoco firmó, en el que pedía la dimisión del seleccionador. 24 horas después Hannot se hizo caso a sí mismo y presentó su renuncia a seguir al frente de les blues.
Hanot aprendió la lección y a partir de entonces sólo se dedicó a una cosa: el periodismo. Pero no lo hizo de cualquier manera, ya que desde su posición buscó mejorar e innovar el fútbol moderno. De esta manera, gracias a su ímpetu y el de su compañero de L’Equipe Jacques Ferran, apoyados por el éxito que había tenido al otro lado del charco el Campeonato Sudamericano de Campeones, precursor de la Copa Libertadores, propusieron la creación de una competición que enfrentara a todos los campeones de liga del viejo continente: la Copa de Europa, que con los años ha evolucionado hasta la actual Liga de Campeones.
Años más tarde pensó que también sería bueno que los periodistas recompensaran la labor del futbolista que mejor había rendido en los doce meses del año, que no al de la temporada, con un premio. Así se creó el Balón de Oro, que en su primera edición, en 1956, tuvo como ganador al veterano Sir Stanley Matthews, de 41 años de edad y que jugaba en el Blackpool inglés.
Hoy en día pocos saben que la magia y sueños que desprenden cada temporada la Champions y el Balón de Oro vienen de la cabeza de un francés que sólo tuvo un amor en su vida: el fútbol.
Brian Clough, el genio inglés
Si hay un técnico que ha sentado cátedra en el Reino Unido no cabe duda de que ése es Brian Clough. Genio y figura dentro y fuera del terreno de juego, su estilo ha sido imitado por muchos grandes como José Mourinho. Sin embargo, Brian Clough sólo hubo uno.
El 26 de diciembre de 1962 una lesión en el ligamento cruzado puso fin a la prolífica carrera de Clough como delantero centro, en la que logró 197 goles en 213 partidos con el Middlesbrough y 54 tantos en 61 encuentros en el Sunderland. Sin embargo, donde muchos no hubieran visto más que una oportunidad para lamentarse de su mala suerte él vio una oportunidad: convertirse en entrenador.
Tras foguearse como técnico en las categorías inferiores del Sunderland, Brian tuvo su primera oportunidad como entrenador de un equipo profesional en el Hartlepools United. Más allá de los resultados cosechados en este equipo, comenzó a formar junto a Peter Taylor uno de los tándems más importantes de la historia del fútbol británico.
Tras esta aventura, ambos se marcharon al Derby County, donde permanecieron del 67 al 73. Cogieron a los Rams en Segunda y los convirtieron en campeones de Inglaterra en el 72. Sin embargo, a Clough le gustaba mover todo a su antojo y el presidente del Derby decidió despedirle en 1973, tras realizar la contratación más cara en la historia del club sin haber consultado al máximo mandatario de la entidad.
Junto con Peter Taylor se marchó al Brighton & Hove Albion, de la Tercera División, por donde pasó sin pena ni gloria durante una temporada, antes de aterrizar en el Leeds. En aquellos momentos, el conjunto de Elland Road era el mejor de Inglaterra tras haber ganado el título en el 74 y la F.A. Cup en el 72. Nada más entrar en el vestuario del Leeds fue muy claro con sus jugadores: “Hasta donde yo sé, podéis tirar todas esas medallas que habéis ganado estos años a la basura, ya que las ganasteis todas robando”.
Con la mayoría de la plantilla en su contra, el Leeds obtuvo unos resultados pésimos en el inicio del campeonato. Ello, y que su inseparable Peter Taylor no le acompañó en esta aventura, propició que 44 días después de su llegada el club le despidiera. “Hoy es un día espantoso… para el Leeds United”, señaló el técnico al conocer la noticia.
En el 75, ya con Peter Taylor a su lado, aceptó una propuesta del Nottingham Forest y logró que el equipo pasara de vagar por la Segunda División con muchos problemas a convertirlo en hasta dos ocasiones en campeón de Europa. De hecho, el Forest es el único equipo del Viejo Continente que tiene más copas de Europa que títulos de Liga en sus vitrinas. Antes de jugar la segunda final de la Copa de Europa, Peter Shilton, portero de aquel mítico equipo, recriminó a Clough las condiciones en las que se encontraban los campos de entrenamiento en los que preparaban el decisivo encuentro. Brian, ni corto ni perezoso, le dijo que le llevaría a un sitio perfecto y Shilton acabó en una glorieta con césped en el centro en medio de la carretera y con los coches pasando alrededor.
Y es que Cloguh tenía muy claro que el único que mandaba en el vestuario era él:»Si me discutiera un jugador nos sentaríamos juntos unos veinte minutos, hablaríamos del asunto y al final decidiríamos que yo tengo razón». Por este tipo de cosas Clough recibió el apodo de Old Big ‘Ead («viejo creído»), aunque él justificaba su mote: En ocasiones he sido un poco creído. “Creo que la mayoría de la gente lo es cuando pasan al primer plano. Me llamo a mi mismo Old Big ‘Ead sólo para recordarme no volver a serlo”.
Y es que si había una cosa clara es que su figura no dejaba indiferente a nadie. A ello, además de su excepcional trabajo como técnico, ayudaron ciertas frases célebres como: “Ya sé que Roma no se construyó en un día, pero es que yo no me encargué de ese trabajo” o “¿Qué si me considero el hijo de Dios en la tierra? No, ése es mi hijo”. A muchos, también, no les gustaba Clough porque continuamente criticó el juego directo a base de pelotazos que se desarrollaba en Inglaterra: “Si Dios hubiera querido que el fútbol se jugara en las nubes, no habría puesto hierba en el suelo”.
Brian dejó el Forest en el 93, después de que éste descendiera a Segunda y de que comenzaran a ser muy graves los problemas que tenía con el alcohol. Unas dolencias que provocaron su muerte en 2004 tras haberle realizado un transplante de hígado. Su funeral se celebró en el Pride Park Stadium, estadio del Derby County, debido a que la catedral de la ciudad se quedó pequeña para despedirle. Sin embargo, antes de morir dejó otras de sus múltiples perlas al referirse a Sir Alex Ferguson, uno de sus máximos detractores: «Por muchos caballos, títulos de caballero y campeonatos que tenga, el no tiene dos que yo sí que tengo. Y no me refiero a pelotas”. Se refería a que él había ganado dos copas de Europa y Ferguson entonces únicamente tenía una en su palmarés. Genio y Figura.
*Para todo aquel que esté interesado en Brian Clough recomendamos que vean el film “The damned united”, en el que se refleja su paso por el Derby y el Leeds.
El lunar de la séptima
La campaña 97/98 es recordada por todos los aficionados al Real Madrid con fervor y admiración por ser en la que el “rey” de la clase volvió a coger su corona y dejó de vivir de los recuerdos del pasado. El gol de Pedja Mijatovic contra la Juventus dio la ansiada séptima Copa de Europa al madridismo en una de las noches más felices de la historia del club de Chamartín. Sin embargo, pocos se acuerdan que a aquel equipo que hizo historia le sacaron los colores en Móstoles.
Corría el 23 de septiembre de 1997 y, debido a la ausencia de encuentros oficiales por los partidos clasificatorios para Francia 98 de las selecciones nacionales, el Real Madrid decidió aceptar la propuesta del modesto Móstoles, de la Tercera División, para jugar un partido amistoso. Sin embargo, lo que parecía una simple pachanga se convirtió en una pesadilla.
Los blancos, sin sus futbolistas internacionales, lograron presentar un equipo de garantías conformado por nueve jugadores de la primera plantilla y dos canteranos. Algo que, a priori, parecía más que suficiente para doblegar al débil Móstoles. Pero el equipo del sur de Madrid, al igual que sucediera en 1808 contra los franceses, confiaba en una gesta, un milagro y los bueno de los sueños es que a veces se cumplen.
Fue el árbitro pitar el inicio del encuentro y los jugadores de Tercera parecían de Primera y viceversa. Así los 10000 espectadores que seguían el partido desde las gradas El Soto se miraban asombrados al ver el marcador con el que se había llegado al descanso: ¡3-0 a favor del Móstoles!
En la segunda mitad continuó la locura y el partido acabó con 4-0. El gran Real Madrid, el gigante blanco, el equipo que era el actual campeón de Liga y se había propuesto conquistar Europa esta campaña había sido humillado por un pequeño equipo, un conjunto que sería capaz se salvar el año económicamente con la ficha de un único jugador del plantel blanco.
Es verdad que los de Chamartín no habían contado con sus mejores futbolistas, pero no valían excusas. “Estábamos andando por el campo”, señaló Petkovic, uno de los jugadores que aquella noche se enfundó la camiseta blanca pero que no supo cómo defenderla ante las ganas e ilusión del Móstoles.
Finalmente, la temporada acabó para el Real Madrid con el gol de Mijatovic y la gloria de la Copa de Europa. Nadie entonces se acordó de aquella noche de Móstoles , pero sí los azulones. Pues su triunfo cobró más importancia aún, pues un amistoso se pasó a convertir el algo histórico. No El pequeño se convirtió en gigante y eso no debe quedar olvidado en el baúl de los recuerdos.
Ficha del partido:
Móstoles: Santi, Sanz, Pizarro, Totó, Dani, Ramírez (Castro 46’), Somoza (Carretero 46’), Manolo (Patri 65’), Miguel ángel, Morris (Recio 68’) e Iñaki.
Real Madrid: Illgner, Secretario, Rojas (Mista 46’), Vaqueriza (Pareja 46’), Fernando Sanz, Redondo, Jaime, Canabal, Dani, Petkovic (Tinaia 70’) y Álvaro.
Duncan Edwards, la primera gran estrella de Old Trafford
Hoy en día, el Manchester United es uno de los clubes con más aficionados en el mundo. En Inglaterra son muchos, pero en Asia éstos son una legión. Sin embargo, si a muchos de estos últimos le preguntamos por un crack del United, a buen seguro, dirán un montón de nombres pero ninguno será el de Duncan Edwards. No sucede lo mismo si vamos por Old Trafford, donde nombrar al inglés es sinónimo de admiración y leyenda. De hecho, el escocés Tommy Docherty fue uno de los que alabó con más contundencia al extremo: “Muchos hablan de Pelé. Esos no vieron jugar a Duncan Edwards”.
Nacido en Dudley –Inglaterra- en 1936, la vida de Duncan Edwards desde sus inicios destiló un aroma a drama. Con apenas 10 años vio como su hermana, Carole Anne, murió. Pese al golpe, Edwards supo levantarse y se concentró al máximo en su gran pasión: el fútbol. Mientras jugaba en el equipo de su ciudad, el Dudley, el Manchester United realizó en el verano del 51 un fichaje que cambiaría su vida para siempre: Johnny Berry.
Los ‘Diablos Rojos’, años más tarde, se hicieron con los servicios de Edwards gracias a la buena gestión y el olfato de Bert Whalley. Así el 4 de abril de 1953, con sólo 16 años, debutó con el Manchester contra el Cardiff y se convirtió en el futbolista más joven en debutar en la máxima competición inglesa. En pocos partidos, gracias a su innegable calidad, se convirtió en el referente de los Busby Babes -los bebés de Matt Busby (técnico del United)-, un equipo predeterminado a hacer historia tanto en las islas como fueras de ellas.
Sus grandes actuaciones tampoco pasaron desapercibidas para la selección, de la que fue el debutante más joven hasta la irrupción reciente de Wayne Rooney y Theo Walcott. En Inglaterra confiaban en él para que con su liderazgo llevara a los ‘Pross’ a conquistar el Mundial del 58, mientras que en el Manchester estaban seguros que la camada de jugadores liderada por Edwards podía hacer frente al hasta entonces intratable Real Madrid, que sumaba por victorias todas sus participaciones en la Copa de Europa.
Sin embargo, el destino no le dio la oportunidad de intentar estos éxitos. El 6 de febrero de 1958, el United se disponía a partir a Manchester desde Belgrado tras haber eliminado al Estrella Roja en los cuartos de final de máxima competición continental. Sin embargo, a la hora de despegar los ingleses se encontraron con un problema: Johnny Berry había perdido su pasaporte y las autoridades serbias no le dejaban salir del país junto a su equipo, que no quería partir sin que Berry estuviera entre sus filas.
La acción era un guiño del destino para salvar a un equipo de ensueño. Sin embargo, los dirigentes de los ‘Diablos Rojos’ no lo vieron así y forzaron para que Berry subiera a aquel avión y el conjunto de Matt Busby regresara a casa. Aunque, antes de regresar a Gran Bretaña, el vuelo debía de hacer una escala en Munich para repostar. El tiempo aquel día era el típico del invierno alemán: el viento era muy fuerte y la pista de aterrizaje estaba helada.
Una vez hecho el reportaje se aconsejó al capitán del avión, James Thain, que no despegara debido a las condiciones climatológicas. Thain no hizo caso y realizó dos intentos de despegue, pero se vio obligado a desistir debido a diversos problemas que sufrían los motores. En el tercer intento, a las 3:04 de la tarde, el avión falló al ganar la altura adecuada y se estrelló en unas tierras cercanas al aeropuerto. Años más tarde, se descubrió que el accidente fue culpa del aguanieve que había al final de la pista y no por la tozudez del piloto.
Pero no perdamos el hilo de la historia. El accidente provocó varios muertos y muchos heridos de gravedad, uno de estos últimos era Sir Bobby Charlton. Charlton por aquel entonces era un joven que destacaba y que tenía una gran amistad con Edwards. Una vez se despertó en el hospital, vio como su compañero de habitación le miraba con desolación mientras leía el periódico. Bobby le pidió que le leyera lo que ponía en la cabecera, donde se veían unas espeluznantes fotos de un avión destrozado. El alemán accedió y comenzó: “Roger Byrne, David Pegg, Eddie Colman, Tommy Taylor, Billy Whelan, Mark Jones, Geoff Bent”. Entonces se paró, se hizo el silencio y tras tragar saliva continuó: “Muertos”.
Charlton no se lo podía creer, estaba conmocionado y se preguntaba cuál era la razón por la que sus compañeros habían muerto y él no. Una vez recuperado, se fue corriendo a ver Jimmy Murphy, ayudante de Busby. Éste le dijo que los que de los supervivientes había dos casos muy graves: Busby y Edwards. Sobre el técnico le contó la gran fortaleza que estaba mostrando pese a lo mal que lo estaba pasando: “Tres veces le han dado la extremaunción, Bobby, tres veces… pero ese hombre no se va a rendir, te lo aseguro”. No se equivocó, pues finalmente sobrevivió.
La situación de Edwards era diferente, aunque seguía estando loco por volver a jugar pese a estar entre la vida y la muerte. “Jimmy, una pregunta ¿A qué hora es el partido contra los Wolves? Ese partido no me lo quiero perder de ninguna forma. ¿A qué hora jugamos?”, dijo nada más recuperar la consciencia. Sin embargo, había perdido mucha sangre y necesitaba un riñón para poder seguir vivo. A las 32 horas de su ingreso en el hospital le hicieron el transplante que necesitaba. Pero su sangre se había coagulado y el riñón nuevo no respondió como se esperaba y le provocó una sangría interna que le estaba destrozado por dentro y le había dejado sin habla.
En esa situación Charlton se acercó a verle. El ‘Divino Calvo’ se quedó muy sorprendido al ver en un estado muy demacrado a su amigo. De hecho, de no ser por la placa que ponía en su cama no le habría reconocido. Edwards le contenía de manera fría la mirada, contuvo la respiración durante unos minutos y, tras varios días sin habla, abrió la boca como si llevara tiempo reservando sus últimas palabras para alguien tan especial para él como lo era Bobby. “Dime Bobby… ¿por qué has tardado tanto?”, le espetó. Finalmente su cuerpo dijo basta y el 21 de febrero murió en Munich sin poder regatear a su trágico final como antaño lo había hecho con sus rivales.
En Inglaterra se celebró un funeral a la altura de un Jefe de Estado. El Manchester, por su parte, en el programa de su siguiente partido oficial, en la hoja en la que debía venir la alineación de los ‘Diablos Rojos’ no ponía nada, estaba en blanco. Era un tributo a Edwards y el resto de jugadores que perdieron la vida. No era justo que aparecieran otros nombres en el lugar de gente como Edwards, que desde su cama del hospital de Munich hubiera dado todo lo que pudiera por haberse enfundado una vez más la camiseta del United y haberse despedido en casa con el aplauso de esa afilón que tanto le idolatró y por la que tanto luchó.
Borgonovo, la sonrisa del lado oscuro del Calcio
Nunca fue un crack pero siempre dejó huella allí por donde pasó. Ya no mete goles, pero se levanta todas las mañanas soñando que algún día podrá volver hacerlo. Lo tiene todo en su contra, pero se niega a tirar la toalla. Ya no tiene todos los focos a su alrededor, pero si unas ganas con las que enseñar y dar luz a muchas incógnitas. Él es Stefano Borgonovo, la sonrisa del lado oscuro del calcio.
Borgonovo, como todo niño que se precie, soñaba de pequeño con jugar algún día en la Serie A. Cumplió su objetivo pocos días antes de cumplir los 17 años al saltar al terreno de juego en el encuentro que el Como, su club, disputaba contra el Ascoli. Sin embargo, pese a disputar hasta 24 partidos con los ‘azzurri’, fue cedido en el verano del 84 al Sambenedettese, de la Serie B.
La experiencia le ayudó a progresar y crecer como futbolista, tanto que el Como no dudó en reclutarle nuevamente en la campaña 85/86. Aquel año sorprendió gratamente a los ojeadores del Milan, que no dudaron en ficharlo, aunque lo dejaron cedido una temporada más en el Como. Pese a ello, Borgonovo no mejoró sus números y su rendimiento decreció con respecto a como lo había hecho en la 85/86. Tras esto, las dudas sobre si era aconsejable que se incorporara al Milan asolaron a los dirigentes de San Siro.
Por ello, finalmente, jugó a préstamo en la Fiorentina en la campaña 88/89. La decisión no pudo ser mejor, ya que el futbolista en la Fiore firmó sus mejores registros goleadores (14 tantos) y formó junto a Roberto Baggio una de las parejas atacantes más peligrosas del Calcio: la ‘B2’, como les bautizó la prensa. Además, redondeó su año debutando con la selección absoluta de Italia en un encuentro contra Dinamarca el 22 de febrero del 89, una de las pocas que tuvo en su carrera.
Visto su rendimiento, en el Milan no tenían dudas: debía regresar sí o sí. Sin embargo, el conjunto lombardo se encontró con un problema: el jugador se había enamorado de la Fiore y de Florencia y se resistía a dejar la ciudad. Así pues Adriano Galliani resultó decisivo para que vistiera de ‘rossonero’ e intentara ocupar el hueco de Pietro Paolo Virdis.
Aun así, su etapa en el Milan no fue muy placentera. Se lesionó de manera contínua y Arrigo Sacchi tampoco contaba mucho con él. No obstante, hay que señalar que en el vestuario de aquel Milan militaban jugadores como Baresi, Maldini, Rijkaard o Van Basten. Pese a ello, logró tener su minuto de gloria en el cuando decidió cambiarse el traje de secundario por el de protagonista el 18 de abril de 1990. Aquel día, gracias a una sutil vaselina de Borgonovo a Aumann, el Milan eliminó al Bayern y se clasificó para la final de la Copa de Europa que posteriormente venció al Benfica.
Sin embargo, sus días de gloria en Milán y, quizás también en el fútbol, se acabaron con aquella vaselina. En el verano del 90 regresó a su añorada Florencia, pero como bien dice el dicho “cualquier tiempo pasado fue mejor” y su estrella no brilló como lo había hecho antaño en la Fiore. En el 92 dejó a los ‘viola’ y en el 96 colgó las botas tras haber pasado en ese tiempo por el Pescara, Udinese y Brescia.
En 2008, después de haber comenzado a probar suerte como técnico de las categorías inferiores del Como, Borgonovo anunció que tenía esclerosis lateral amiotrófica (ELA en castellano y SLA en italiano). La enfermedad, también conocida como mal de Gehrig por ser el nombre de un jugador del béisbol que la sufrió a finales de los años 30, es degenerativa y atrofia poco a poco todos los órganos de la persona que la padece mientras que las capacidades mentales permanecen intactas.
Su caso levantó ampollas en Italia, ya que en el país transalpino comenzó a considerarse el fútbol como una profesión de riesgo. Los datos así lo afirman: la ELA se da en el 0,01% de la población mundial, sin embargo entre los futbolistas que jugaron en Italia entre las décadas de los 70, 80 y 90 tiene una incidencia del 2,7%. Los tifosi lloran ya la muerte de 39 hombres que antes fueron sus ídolos.
Armando Segato fue el primer futbolista a quien se diagnosticó ELA, en 1968. Murió en 1971, a los 44 años. Otros nombres de esta lista son: Ernsr Ocwirk (Sampdoria, fallecido a los 43 años), Giorgio Rognoni (Milan, a los 40), Fabrizio Falco (Salernitana, 35), Guido Vincenzi (Sampdoria, 65), Narciso Soldan (Milan, 59), Rino Gritti (Lazio, 51), Albano Canazza (Como, 38 años), Gianluca Signorini (Genoa, 42), Fabrizio Dipietropaolo (Roma, 39), Lauro Minghelli (Torino, 31) o Ubaldo Nanni (Pisa, 44). El caso más célebre fue el de Signorini, capitán, centrocampista e ídolo del Génova, que murió a los 42 años, el 6 de noviembre de 2002, tras recibir un memorable homenaje en el Luigi Ferraris.
Nadie sabe el por qué de esta macabra estadística. Por eso, el Fiscal de Turín, Raffaele Guariniello investiga la muerte prematura de 400 futbolistas de las Series A y B entre 1960 y 1996. La sombra del doping vuelve a aparecer y aquí el testimonio de Gianluca De Ponti, ex-delantero del Cesena, Avellino y Bologna en los setenta, además de uno de los afectados por la enfermedad, es brutal: “Son demasiadas casualidades. Nos metíamos de todo, Micoren, Cortex, Voltaren, e inyecciones, anti-inflamatorios, quién sabe lo que había dentro”. A lo que añade el siguiente testimonio no menos escalofriante: “En casa tengo una decena de fotos de equipos llenos de muertos, como una del Cesena que tiene más cruces que un cementerio”.
Pese a ello todo son dudas pero con pistas que cada vez parecen más claras.Hay seis equipos ‘malditos’: Fiorentina, Torino, Genoa, Sampdoria, Como y Pisa. Casi todos los afectados son deportistas que han jugado a partir de 1980, fechas que coinciden con la entrada del dopaje moderno en los vestuarios. Otro dato intrigante es que la mayoría son centrocampistas y, por ejemplo, no hay un solo portero.
Borgonovo, en tanto, no se rinde. Ha creado una fundación con su nombre que lucha para investigar más sobre esta enfermedad y puede comunicarse con los demás gracias a una sofisticada máquina que lee el movimiento de su retina. Además, se niega a admitir que el deporte que tanto le hizo disfrutar sea el culpable de su estado: «Me resisto a pensar que se deba al fútbol».
Él, pese a estar totalmente inmóvil, intenta seguir dando signos de vitalidad y escribe artículos para la “Gazzetta dello Sport” pese a que hace ya mucho tiempo que no sabe lo que es sentir el tacto de una hoja o un bolígrafo sobre sus dedos. Lo hace siempre apoyado por su esposa, Chantal, de la que se enamoró en la plaza de San Giacomo y por la que se resistió a cambiar Florencia por Milán.
Ni Milan ni Fiore se olvidan de él, y ya han disputado varios amistosos para recaudar fondos para su causa. Él mientras sigue su lucha y se agarra a la vida, por eso hay ciertas actitudes que no comprende. “Estoy molesto con Pessotto –ex jugador de la Juventus que se intentó suicidar- porque ha escrito un libro en el que decía que quería morir y yo estoy aquí, que sólo quiero vivir”, ha señalado Borgonovo en más de una ocasión. Todavía tiene la esperanza de algún día poder volver a saltar a un terreno de juego por su propio pie. Habrá que tenerle en cuenta, pues nunca fue un crack pero, al igual que sucedió en la Copa de Europa del 90, se resiste a dar el partido por concluido y confía en que su esfuerzo valga la pena. El mundo de la pelota con él no ganó un gran futbolista pero si una gran persona que dejará más huella que cualquier otro jugador