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Francia, contra la maldición del anfitrión en el partido inaugural
El próximo viernes 10 de junio comenzará, al fin, una nueva edición de la Eurocopa. Uno de los equipos que parte como uno de los favoritos al título es Francia debido a su condición de anfitrión y a la importante plantilla que presenta para el torneo. Sin embargo, en su camino hacia el título su primer objetivo será acabar con la maldición del anfitrión en el partido inaugural, donde no gana ningún local desde hace 16 años.
El último país que ejerció como anfitrión de la Eurocopa y logró ganar en la jornada inaugural del campeonato fue Bélgica en el año 2000, que se impuso por 2-1 a Suecia el 10 de junio del mismo año gracias a los goles de Émile Mpenza y Goor. Sin embargo, aquel triunfo no trajo mucha dicha a los belgas, que perdieron los dos siguientes partidos de la primera fase (2-0 vs Italia y Turquía) y no pudieron pasar a cuartos de final.
En el año 2004 comenzó la actual ‘maldición’ que todavía dura. Portugal cayó contra todo pronóstico en el partido inaugural contra Grecia por 1-2. El gol de Cristiano Ronaldo no fue suficiente para contrarrestar los tantos de Basinas y Karagounis. Pese a ello, los lusos supieron reponerse al golpe y llegaron a alcanzar la final del torneo, en la que nuevamente cayeron contra los helenos (0-1).
En 2008 prosiguió la maldición del anfitrión. Suiza perdió el primer partido de la Eurocopa en la que ejercía de anfitrión junto con Austria contra la República Checa por 0-1 debido al gol de Sverkos. Los helvéticos no supieron reponerse al golpe y, además, cayeron eliminados en la primera fase.
El último equipo que arrastró la maldición del anfitrión fue Polonia, que no fue capaz de ganar a Grecia, sí los helenos una vez más haciendo de las suyas en el partido inaugural, en el primer partido de la Euro 2012. Los polacos empataron a uno y, además, no fueron capaces de superar la primera fase.
¿Serán los galos capaces de acabar con esta maldición que dura ya 16 años? Por suerte para ellos tienen un buen precedente al que agarrarse, ya que en la última Eurocopa en la que ejercieron de anfitriones, ganaron el partido inaugural 1-0 a Dinamarca.
La pesadilla de Francia
Este martes Francia y España disputarán una auténtica final en el estadio de Saint Denis. El que gané pondrá pie y medio en el Mundial, mientras que el que pierda se verá casi obligado a disputar una repesca para poder estar en Brasil. Por ello, es probable que los galos rememoren su peor pesadilla: cuando se quedaron sin ir a Estados Unidos 94 pese a jugársela en casa.
Para recordar esta historia hay que trasladarse en el tiempo hasta 1993. Francia había iniciado la fase de clasificación para el Mundial de 1994. Tanto que, a falta de dos jornadas para el final, sólo necesitaba un punto para sellar su billete para la Copa del Mundo.
La tarea, a priori, parecía sencilla, ya que los dos partidos se iban a jugar en territorio francés. Además, los galos tenían muchas ganas de meterse en el Mundial después de no haber podido acudir al de Italia 90. Sin embargo, los ‘bleus’ fallaron en su primer intento. Israel dio la campanada en París al imponerse por 2-3 a Francia con un gol en el último minuto.
Sin embargo, no cundió el pánico, ya que aún a los franceses les quedaba una nueva oportunidad y parecía muy difícil que el equipo del gallo fuera a caer por dos veces en su propio campo. El rival para aquel encuentro era Bulgaria, un equipo que también se jugaba su última bala en París para estar en el Mundial, aunque a ellos sólo les valía la victoria.
Francia no se salió de su guión en la primera parte, ya que Cantona, pasada la media hora de juego, logró abrir el marcador. Con el tanto del mítico futbolista del United parecía todo hecho, ya que Bulgaria necesitaba de dos goles para dejar a los galos sin Mundial.
Pese a ello, aquella Bulgaria tenía una de las mejores generaciones de toda su historia y no bajó los brazos pese al tanto recibido. Es más, logró empatar el encuentro antes del descanso. Pese a que las tablas daban el pase a los ‘bleus’, al equipo dirigido por Gerard Houllier le entró el miedo en el cuerpo: un gol más de los búlgaros les dejaba fuera.
Con más corazón que cabeza, Francia logró que la segunda parte fuera agonizando poco a poco con el resultado que les daba el pase. Sin embargo, justo cuando ya casi tocaban su objetivo, llegó su peor pesadilla cuando el partido agonizaba.
En el minuto 90, Ginola recibió un falta muy cercana al córner. Sin embargo, el francés, fiel reflejo de como estaban todos sus compañeros, en lugar de tener cabeza fría e ir a perder tiempo al córner una vez que se había sacado la falta decidió, atenazado por los nervios, colgar un balón al área con el deseo de que o bien un compañero suyo lo rematara o bien el árbitro decretara el final del partido.
Al final ni lo uno ni lo otro. El balón fue bien defendido por la defensa búlgara, que rápidamente armó un contragolpe que, para desgracia de los franceses, culminó con un gol de Emil Kostadinov, nombre que aún hoy hace recorrer un escalofrío a los franceses cuando se le nombra, que dejó a Francia eliminada y fuera de un Mundial por segunda vez consecutiva.
Houllier echó la culpa de todo a Ginola, al que el partido dejó tocado para siempre. Deschamps fue muy claro en su explicación: «Somos unos burros». Sin embargo, los ‘bleus’ supieron reponerse y lograron de aquel fracaso montar uno de los mejores equipos de toda su historia, ya que lograron ganar el Mundial del 98 y la Eurocopa de 2000. Además, también hay que destacar que Bulgaria y Suecia, los equipos que dejaron en la fase de grupos eliminados a los galos, no eran unos equipos cualquiera, puesto que fueron los dos semifinalistas en la Copa del Mundo de 1994.
Hanot, el creador de sueños
A la hora de hablar de gente que ha marcado la historia del fútbol es inevitable que muchos digan los nombres de Pelé, Maradona o Di Stéfano, por poner unos ejemplos. Sin embargo, pocas veces sale a relucir Gabriel Hanot, al que debemos el Balón de Oro y la Copa de Europa.
En su juventud, Hanot, fue futbolista que jugó en equipos ahora poco conocidos como el Tourcoing, el Preussen Munster o el AS Francillienne. Así fue hasta que un accidente le apartó de los terrenos de juego provocando que cambiara el balón por la pluma y un papel, ya que se convirtió en periodista.
Aunque durante un tiempo estuvo compaginando su labor como plumilla con la de seleccionador de Francia. Situación harto complicada, puesto que era el mismo el que tenía que analizar, y en ocasiones criticar, en los medios su propia gestión del equipo galo. Conjugó la situación hasta que le fue imposible hacerlo. Esto sucedió después de un partido que Francia perdió en España dejando una malísima impresión.
Hanot, tras el encuentro, escribió en L’Equipe, periódico en el que trabajaba, un editorial, que no firmó, en el que criticó con dureza la actuación de sus jugadores. La cosa no quedó ahí, ya que, al día siguiente, Gabriel escribió un nuevo editorial, que tampoco firmó, en el que pedía la dimisión del seleccionador. 24 horas después Hannot se hizo caso a sí mismo y presentó su renuncia a seguir al frente de les blues.
Hanot aprendió la lección y a partir de entonces sólo se dedicó a una cosa: el periodismo. Pero no lo hizo de cualquier manera, ya que desde su posición buscó mejorar e innovar el fútbol moderno. De esta manera, gracias a su ímpetu y el de su compañero de L’Equipe Jacques Ferran, apoyados por el éxito que había tenido al otro lado del charco el Campeonato Sudamericano de Campeones, precursor de la Copa Libertadores, propusieron la creación de una competición que enfrentara a todos los campeones de liga del viejo continente: la Copa de Europa, que con los años ha evolucionado hasta la actual Liga de Campeones.
Años más tarde pensó que también sería bueno que los periodistas recompensaran la labor del futbolista que mejor había rendido en los doce meses del año, que no al de la temporada, con un premio. Así se creó el Balón de Oro, que en su primera edición, en 1956, tuvo como ganador al veterano Sir Stanley Matthews, de 41 años de edad y que jugaba en el Blackpool inglés.
Hoy en día pocos saben que la magia y sueños que desprenden cada temporada la Champions y el Balón de Oro vienen de la cabeza de un francés que sólo tuvo un amor en su vida: el fútbol.
Arthur Friedenreich, el mayor enemigo de los porteros.
El fútbol es un ogro que, por mucho que no nos guste, se acostumbra a abandonar en el cajón del olvido a las figuras que hicieron grande este deporte al mismo tiempo que encumbra a otros que, con el paso de los años, también dejarán de atraer a los focos, como si de un bucle se tratase. El brasileño Arthur Friedenreich es un buen ejemplo de ello. Hace dos semanas la prensa señalaba que se cumplían 30 años del gol 1000 de Pelé. Muchos añadieron en sus noticias la coletilla de “el mejor goleador de la historia”. Sin embargo, este título honorífico corresponde a otro brasileño: Arthur Friedenreich, el mayor enemigo de los porteros.
Hablar de Friedenreich es sinónimo de hacerlo de goles. Según los números que maneja la FIFA, anotó 556 goles en 592 partidos. Sin embargo, esta estadística es errónea, fruto de la mala gestión de un directivo al que un día se le cruzaron los cables y que decidió tirar las actas correspondientes a los partidos de su club y, con ellas, la gloria y reconocimiento para Arthur.
Y es que, según una ardua labor de investigación llevada a cabo por los periodistas Mario de Viana y Alexandre da Costa, se considera que marcó 1.329 tantos en 1.239 partido Eso sin tener en cuenta que estos dos periodistas jamás llegaron a encontrar acta algunas sobre la actuación del delantero en los dos primeros clubes en los que jugó: el Germania y el Mackenzie. Arthur Friedenreich nació en 1892 en Brasil y fue hijo de Óscar Friedenreich, un comerciante e inmigrante alemán, y de Matilde, una afrobrasileña que lavaba ropa hijo de un alemán y una brasileña.
En la época en la que creció, el fútbol era considerado un deporte al que únicamente podían tener acceso las personas procedentes de clases altas y, sobre todo, blancas. Por ello, cada vez que jugaba al fútbol, Friedenreich se maquillaba con polvos de arroz para parecer bronceado, y no mulato, además de peinarse con gomina ocultando sus rizos, algo nada usual entre la gente de élite. Fuera de los terrenos de juego fumaba habanos, bebía coñac y vestía de manera elegante. Todo para dar sensación de ser un gentleman y poder desarrollar su gran pasión: jugar al fútbol.
Como futbolista, además de ser un consumado goleador, destacó por su depurada técnica y ser muy habilidoso. En 1910 debutó en primera división con el Ypiranga. En 1914, con 22 años de edad debutó en la selección brasileña con una victoria 2-0 frente al club inglés Exester City. Con la seleçao continuó agigantando su fama de rompe redes. En 1919, un gol suyo dio a Brasil el triunfo en el II Suramericano de Selecciones, hoy conocida como Copa América. Aquella final jugada contra Uruguay es la más larga de la historia, pues la victoria de la verdeamarella llegó tras 150 minutos de juego, 90 reglamentarios y dos prórrogas.
Tras ese partido, le bautizaron como “El Tigre”. En Europa, su nombre comenzó a ser muy conocido a raíz de una gira que realizó con el Paulistao por Francia en 1925, en la que marcó 11 goles y fue bautizado por la prensa gala como “el Rey de Reyes”.. En 1932, se alistó en la Revolución Constitucionalista, a la que donó sus trofeos, medallas y premios. Finalmente, se retiró en 1935 a los 43 años. Murió en 1969, a los 77 años, víctima de la arterioesclerosis.
Aunque antes de su muerte, algunos grandes futbolistas como Pelé le señalaron como su maestro. Hay que destacar que, en vida, siempre se opuso al profesionalismo en el fútbol. Le daba igual el dinero, sólo le importaba el amor a unos colores. Para él no había medallas, sino hambre de gloria. Una gloria que siempre le llegó de la misma manera: marcando un gol.