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El origen del gol olímpico
Con motivo de la disputa del Europeo Sub 21, se ha hablado mucho últimamente sobre el fútbol en los Juegos Olímpicos, ya que los tres primeros clasificados del torneo obtenían el pasaporte a Londres 2012. El fútbol olímpico, debido sobre todo a que lo juegan jugadores sub-23 y en sus inicios lo hacían amateurs, nunca ha llegado a tener la transcendencia que se merece. Sin embargo, nos ha dejado momentos para la historia, uno de ellos es el origen del gol olímpico.
Para contar esta historia nos tenemos que trasladar hasta el dos de octubre de 1924, fecha en la que disputaron un amistoso en Buenos Aires Argentina y Uruguay. Los partidos entre ambos siempre son muy emocionantes por la gran rivalidad que hay entre los dos. A esta cita los argentinos llegaban con un aliciente añadido: querían ganar a los charrúas porque eran los actuales campeones olímpicos.
En aquella época todavía no se había disputado ningún Mundial, el primero fue en 1930, por lo que haber logrado la medalla de oro en los Juegos Olímpicos era lo más parecido a ser campeón del mundo. De hecho, el nueve de julio, fecha en el que Uruguay se proclamó campeón olímpico en París 1924, es considerado actualmente como el “día del fútbol sudamericano”.
Volviendo al partido en sí, hay que decir que el encuentro se disputaba después de que el 28 de septiembre el árbitro Ricardo Vallarino lo hubiera suspendido a los cuatro minutos porque había tanta gente en el estadio que casi se metían en el terreno de juego. Con el balón ya rodando, el argentino Cesáreo Onzari dejó boquiabierto a todo el estadio en el minuto quince cuando logró batir al uruguayo Mazzali con un lanzamiento de saque de esquina. El colegiado dio validez al tanto, pese a que los uruguayos se tiraban de los pelos porque consideraban que marcar así era ilegal.
Sin embargo, el árbitro Vallarino días después se defendió de las críticas con la siguiente declaración: «Tengo la seguridad de haber actuado a conciencia, en ningún momento dejé de cumplir mi misión en la forma en que entendía debía hacerlo. Prueba de ello, los goles que sancioné, el primero de los cuales directamente de un córner, aún cuando esa nueva disposición del reglamento oficial no nos ha sido comunicada a los referees de la Asociación Uruguaya de Football». Y es que la International Board dio validez a los goles marcados de saque de esquina el 14 de junio de 1924.
El partido tuvo mucha polémica, Argentina ganó dos a uno, pero hubo mucho juego sucio. El albiceleste Adolfo Celli sufrió fractura de tibia y peroné, los uruguayos se quejaron de que el público argentino les tiró piedras y botellas y, por si no fuera poco esto, el charrúa Héctor Scarone le pegó una patada a un policía y terminó en la comisaría.
Aun así, la gente se olvidó de aquello una hacía más que hablar del magnífico tanto que había logrado Onzari, al que bautizaron como “el gol a los olímpicos”. Con el paso del tiempo, el gol a los olímpicos se transformó en “gol olímpico” y se comenzó a llamar así a todos los tantos marcados desde el córner en honor a Onzari. Aún así, pese a que el argentino ya se haya llevado para la posteridad la gloria por ese gol, el primero que logró batir desde el saque de esquina a un portero en un partido oficial fue el escocés Billy Alston en un partido de la segunda división de su país el 21 de agosto de 1924. Aunque tampoco hay que quitarle méritos a Onzari, ya que lo que sí que es cierto es que si su tanto no hubiera tenido tanta repercusión nunca se hubiera denominado a esa jugada como gol olímpico.
El gol de Zarra
La historia es algo en la que todos participamos pero en la que muy pocos privilegiados son capaces de grabar su nombre. Algunos lo han hecho a base de tachones, pues en una breve espacio de tiempo han pasado de héroes a villanos, y viceversa. Sin embargo, hay otros que podido hacerlo con letras mayúsculas, pese a que luego su nombre haya vagado perdido en el laberinto de la memoria. Uno de ellos es Telmo Zarra, autor más importante, hasta ahora, del gol más importante de la selección española.
Pese a que actualmente los éxitos de “La Roja” no hacen más que sucederse, hubo un tiempo en el que no fue así. Los cuartos de final siempre supusieron el término de un sueñosiempre que España se ilusionaba con hacerse grande y conquistar el Mundial. De hecho, durante varias generaciones los cuartos, a veces incluso antes, infligían a los jugadores un miedo psicológico que les impedía llamar a las puertas de la historia.
Sin embargo, hubo una generación de jugadores que no les pasó eso y no me refiero a la actual. Fue la que participó en el Mundial de Brasil de 1950. Basora y Zarra se encargaron de liquidar a los rivales en la primera fase (Estados Unidos, Chile e Inglaterra). Hecho que le permitió jugar una liguilla final con otros tres equipos (Uruguay, Brasil y Suecia) y disputarse el Mundial. Sin embargo, a esta fase España llegó con la gasolina justa, puesto que se había desplazado hasta Sudamérica en unas condiciones muy precarias y acabó última, pese a empatar (2-2) con Uruguay, la postre autora del maracanazo.
Sin embargo, ese farolillo rojo supuso la cuarta posición en el Mundial, algo, hasta este Mundial, que nunca se había igualado. La gesta española llegó en la primera fase, e un partido crucial contra Inglaterra. Los británicos disponían de un gran equipo y eran uno de los favoritos al título, aunque las malas lenguas señalan que Sir Stanley Matthews se enfrentó a su seleccionador, Walter Winterbottom, porque pensaba que un internacional inglés con su pedigrí debía tener libertad para jugar donde quisiera.
Ya se sabe que en río revuelto ganancia de pescadores, por lo que España no desaprovechó la oportunidad para ganar a los británicos gracias a un gol de Zarra, que les clasificó para la segunda fase. La victoria se celebró con locura en España y el franquismo la utilizó de ejemplo difundiéndola en multitud de ocasiones en el NO-DO. De hecho, la narración original del gol se perdió y Matías Prats padre fue obligado a grabar otra vez la narración de la jugada, que es la que disponemos en la actualidad.
Al acabar el partido, Armando Muñoz Calero, que ya había servido en la División Azul que Franco mandó como apoyo al régimen de Hitler y era el jefe de la Federación, envió un telegrama al Jefe de Estado español: “excelencia: hemos vencido a la Pérfida Albión“. En tanto, en Mugia, el pueblo de Zarra, su padre desconocía todavía el milagro obrado por su hijo. Varias personas se acercaron a la estación de tren en la que trabajaba y le comentaron la gesta de Zarra. “Con que Telmo, ¡eh!”, contestó y siguió trabajando. Esperemos que la escena se vuelva a repetir este domingo, pongamos que en la localidad asturiana de Tuilla, de donde es un tal David Villa.
Arthur Friedenreich, el mayor enemigo de los porteros.
El fútbol es un ogro que, por mucho que no nos guste, se acostumbra a abandonar en el cajón del olvido a las figuras que hicieron grande este deporte al mismo tiempo que encumbra a otros que, con el paso de los años, también dejarán de atraer a los focos, como si de un bucle se tratase. El brasileño Arthur Friedenreich es un buen ejemplo de ello. Hace dos semanas la prensa señalaba que se cumplían 30 años del gol 1000 de Pelé. Muchos añadieron en sus noticias la coletilla de “el mejor goleador de la historia”. Sin embargo, este título honorífico corresponde a otro brasileño: Arthur Friedenreich, el mayor enemigo de los porteros.
Hablar de Friedenreich es sinónimo de hacerlo de goles. Según los números que maneja la FIFA, anotó 556 goles en 592 partidos. Sin embargo, esta estadística es errónea, fruto de la mala gestión de un directivo al que un día se le cruzaron los cables y que decidió tirar las actas correspondientes a los partidos de su club y, con ellas, la gloria y reconocimiento para Arthur.
Y es que, según una ardua labor de investigación llevada a cabo por los periodistas Mario de Viana y Alexandre da Costa, se considera que marcó 1.329 tantos en 1.239 partido Eso sin tener en cuenta que estos dos periodistas jamás llegaron a encontrar acta algunas sobre la actuación del delantero en los dos primeros clubes en los que jugó: el Germania y el Mackenzie. Arthur Friedenreich nació en 1892 en Brasil y fue hijo de Óscar Friedenreich, un comerciante e inmigrante alemán, y de Matilde, una afrobrasileña que lavaba ropa hijo de un alemán y una brasileña.
En la época en la que creció, el fútbol era considerado un deporte al que únicamente podían tener acceso las personas procedentes de clases altas y, sobre todo, blancas. Por ello, cada vez que jugaba al fútbol, Friedenreich se maquillaba con polvos de arroz para parecer bronceado, y no mulato, además de peinarse con gomina ocultando sus rizos, algo nada usual entre la gente de élite. Fuera de los terrenos de juego fumaba habanos, bebía coñac y vestía de manera elegante. Todo para dar sensación de ser un gentleman y poder desarrollar su gran pasión: jugar al fútbol.
Como futbolista, además de ser un consumado goleador, destacó por su depurada técnica y ser muy habilidoso. En 1910 debutó en primera división con el Ypiranga. En 1914, con 22 años de edad debutó en la selección brasileña con una victoria 2-0 frente al club inglés Exester City. Con la seleçao continuó agigantando su fama de rompe redes. En 1919, un gol suyo dio a Brasil el triunfo en el II Suramericano de Selecciones, hoy conocida como Copa América. Aquella final jugada contra Uruguay es la más larga de la historia, pues la victoria de la verdeamarella llegó tras 150 minutos de juego, 90 reglamentarios y dos prórrogas.
Tras ese partido, le bautizaron como “El Tigre”. En Europa, su nombre comenzó a ser muy conocido a raíz de una gira que realizó con el Paulistao por Francia en 1925, en la que marcó 11 goles y fue bautizado por la prensa gala como “el Rey de Reyes”.. En 1932, se alistó en la Revolución Constitucionalista, a la que donó sus trofeos, medallas y premios. Finalmente, se retiró en 1935 a los 43 años. Murió en 1969, a los 77 años, víctima de la arterioesclerosis.
Aunque antes de su muerte, algunos grandes futbolistas como Pelé le señalaron como su maestro. Hay que destacar que, en vida, siempre se opuso al profesionalismo en el fútbol. Le daba igual el dinero, sólo le importaba el amor a unos colores. Para él no había medallas, sino hambre de gloria. Una gloria que siempre le llegó de la misma manera: marcando un gol.
Luis Monti, el superviviente de Mussolini
La vida dicen que es una carrera en la que normalmente suele ganar el más fuerte. Aquel que pese a recibir muchos palos, sabe levantarse y seguir adelante. Un ejemplo de ello es Luis Monti, posiblemente el único jugador de la historia que nunca hubiera querido disputar dos finales de un Mundial.
Monti nació en Argentina en 1901, una época en la que el fútbol, tal y como lo conocemos hoy en día, comenzaba a dar sus primeros pasos. En la década de los años 20, donde todavía reinaba el amateurismo, Monti comenzó a destacar en el San Lorenzo de Almagro, pese a su juego duro. Por ello, fue llamado a la selección argentina y tiene el honor de haber marcado el primer gol del conjunto albiceleste en un Mundial: contra Francia en 1930.
Sin embargo, pocos días más felices tendría nuestro protagonista en los Mundiales. En aquella Copa del Mundo de 1930, la argentina de Monti llegó a la final contra Uruguay. Sin embargo, el día del partido decisivo Monti no era el mismo de siempre. Se le veía muy nervioso y retraído. Además, se le había visto llorar en el vestuario y no era de emoción precisamente. La razón de ello era que los días previos a la final el jugador había sido amenazado con que si ganaba Argentina la familia de Monti y el propio Monti lo sufriría.
Por ello, el siempre bravo y duro Monti se mostró durante el encuentro muy manso y blandó. Su compañero Pancho Varallo lo tenía claro: “Si un uruguayo se caía, él lo levantaba. Monti no debió jugar aquella final, estaba muerto de miedo”. Finalmente, Uruguay ganó 4-2 y Monti salvó la vida pero los argentinos lo odiaron para siempre. Los aficionados comenzaron a llamarle maricón, cobarde y demás improperios cada vez que se lo cruzaban.
Por ello, cuando meses después recibió una proposición para que se nacionalizara italiano, y así jugar con la selección trasalpina, no se lo pensó dos veces: aceptó. Sin embargo, el tiempo demostró que no era una casualidad que jugara con los ‘azzurri’. Mussolini estaba obsesionado con que su país ganara el Mundial de 1934 y estaba convencido de que con Monti en su equipo aquello sería más posible.
De hecho, las amenazas que recibió Luis antes de jugar la final del Mundial de 1930 procedían de italianos que querían crear un ambiente de tensión en torno al futbolista para que éste así, con la opinión pública en su contra, aceptara la proposición de jugar para Italia. Los espías Marco Scaglia y Luciano Benti fueron los que llevaron a cabo todo el proceso de intimidación. Incluso, se rumorea que uno de ellos dos dijo las siguientes palabras sobre Monti antes de comenzar la final de 1930: “Dentro de 90 minutos sabremos si tendremos que matarlo a él, a su madre u ofrecerle dinero para que defienda a Italia en el próximo Mundial”.
Ya en el Mundial de 1934, Il Ducce se encargó de amenazar de muerte a todo aquel que pudo, incluidos sus propios jugadores, con tal de que Italia ganara. Así no extrañó que el campeonato fuera bochornoso en cuanto a lo que el arbitraje se refiere. Especialmente en los cuartos de final, donde Italia se medía a España. En dicho encuentro los transalpinos se emplearon con una gran dureza que no fue sancionada por el árbitro. Tal fue el caso que el encuentro acabó en empate (1-1) y España tenía para el replay, que perdió a siete jugadores lesionados.
Incluso los propios italianos reconocieron que no habían jugado limpio. “Menos mal que ganamos. Mejor dicho, ganó Monti. Les pegó a todos, creo que hasta al seleccionador español. El árbitro no vio nada en el gol de Meazza y los españoles le querían matar. Pero eligió: si lo anulaba le mataban los italianos”, indicó Orsi, otro de los argentinos nacionalizado italiano.
En las semifinales, otro bochornante arbitraje propició que los anfitriones derrotaran a Austria y así se plantaran en la gran final contra Checoslovaquia. El día antes de jugar el decisivo encuentro, Mussolini bajó a la zona de vestuarios y les espetó lo siguiente a los jugadores: “Señores, si lo checos son correctos, seremos correctos. Eso ante todo. Pero si nos quieren ganar a prepotentes, el italiano debe de dar el golpe y el adversario caer. Buena suerte para mañana y no se olviden de mi promesa”. Al finalizar su discurso, se llevó las manos al cuello simulado el gesto de un corte.
Ya durante el encuentro, a los italianos se les notaba muy nerviosos. Sabían que en cada balón su vida podía estar en juego y les podía la presión. Al descanso se llegó con 0-0 y Mussolini, fue a hablar directamente con el seleccionador, Vittorio Pozzo: “Señor Pozzo, usted es el único responsable del éxito, pero que Dios lo ayude si llega a fracasar».
Tras esto, Pozzo, preso de la desesperación, advirtió a sus jugadores de lo que supondría perder aquella final: «No me importa cómo, pero hoy deben ganar o destruir al adversario. Si perdemos, todos lo pasaremos muy mal». Durante la segunda mitad, se mascó la tragedia: Pue adelantó a los checoslovacos en el minuto 70, con apenas 20 para reaccionar.
Sin embargo, finalmente Orsi empató el choque y los italianos explotaron de júbilo. En la celebración del tanto, Orsi notó que Monti le estaba dando patadas como un loco y le dijo: “Quieto, Luis, no me pegues más, que no soy un rival. ¡Deja de darme patadas!”. A lo que Monti le respondió: “Es que nos salvaste la vida”. Ya en la prórroga Schiavio marcó el gol definitivo que estableció el 2-1 para Italia. Entonces Monti resopló y supo que podía estar tranquilo. En cuatro años había jugado dos finales amenazado de muerte y había logrado salir vivo de la experiencia.